En el vacío profundo del alma sin nombre,
donde el eco se pierde en la sombra del ser,
se despliega una sinfonía que no tiene trombe,
sólo el murmullo de un anhelo por nacer.
Cada silencio es un verso no escrito,
cada sombra un reflejo de luz que no fue,
y en la vasta calma del espacio infinito,
se canta un lamento que no sabe qué es.
Las estrellas, en su danza secreta,
susurran promesas de sueños perdidos,
mientras la luna, con su mirada inquieta,
traza en el cielo caminos desconocidos.
El alma se mece en un vaivén etéreo,
como mariposa en el viento fugaz,
buscando en la oscuridad un sueño etéreo,
donde las dudas y esperanzas se dan paz.
Y en el susurro de un mundo invisible,
donde el tiempo se disuelve en un instante,
se revela la verdad más incomprensible:
la esencia del ser es un canto vibrante.
Así, en el silencio que todo lo abarca,
la sinfonía del alma empieza a brotar,
como un río de estrellas que nunca se apaga,
tejiendo en el vacío su eterno cantar.