En la tierra donde el sol descansa,
y el cielo se viste de historias,
viven dos almas que danzan
entre recuerdos y memorias.
Son las raíces del viejo roble,
la fuerza que al viento desafía,
las huellas que el tiempo no borra,
sino que en oro transforma la vida.
Sus manos, tejidas de paciencia,
han bordado mil días de amor,
y en sus ojos la luz de la experiencia
brilla con un cálido fulgor.
Cada arruga, un cuento compartido,
cada risa, un eco del ayer,
en sus voces resuena el latido
de un legado que saben ofrecer.
Ellos son faros en la tormenta,
sus abrazos, refugio sin fin,
y en su presencia siempre aumenta
la certeza de un hogar sin fin.
Por eso hoy levanto mi canto,
a estos guardianes del tiempo y la paz,
quienes en su amor eterno y santo
nos enseñan a soñar y a amar.
A mis abuelos, dos seres eternos,
de sabiduría y ternura inmensos,
su legado es un poema sin fin,
y en mi corazón, siempre tendrán su rincón.